El hijo pirata

08.10.2020

Criar un hijo es difícil: demanda tiempo, energía, comida, genera estrés para asegurarse que estén protegidos y crezcan lo más sanitos posibles. Entonces, ¡Qué atractiva es la idea de tener hijos y que alguien más se encargue de ellos! Bueno, esto ya se le había ocurrido a mamá evolución hace bastante tiempo, mucho antes que a nosotros, los humanos.


De esta forma funciona una inusual estrategia de reproducción que llamamos parasitismo de cría o de puesta: un organismo parásito obtiene beneficios de los cuidados parentales de otro (hospedador), el cual cría una descendencia que no es suya. Lo que les cuento ocurre en aves, peces y algunos insectos, pero, en esta oportunidad, pondremos foco en nuestras coloridas amigas emplumadas (pese a que la mayor parte de los ejemplos sean marrones o negros).


Antes de continuar he de mencionar rápidamente cómo los locos que gustamos de las aves clasificamos esta estrategia reproductiva. Básicamente algunas aves parasitan a su misma especie, poniendo sus huevos en el nido del vecino, por ejemplo en patos y gansos (Anseriformes) que hacen sus nidos todos muy juntitos, este tipo de estrategias reproductivas son las llamadas intraespecíficas. Por el contrario, se denominan interespecíficas a aquellas que ponen sus huevos en el nido de una especie muy diferente, y en general son las que hacen nidos solitarios y cuyas crías son altriciales (nacen desnudas, ciegas y necesitan de sus padres para alimentarse). Esta forma de parasitismo apareció al menos siete veces a lo largo del linaje de las aves (lo que llamamos evolución convergente) y la encontramos en casi 100 especies. Entre los grupos que son parásitos interespecíficos encontramos en Eurasia, América y Australia a los cucos (Cuculiformes), en África a las viudas (Viduidae) y los indicadores (Indicatoridae) ambos Passeriformes -pájaros-, y en América solamente a los tordos o vaqueros (género Molothrus, familia Icteridae) y una especie de pato (Anatidae). Por otra parte, también se distinguen parásitos facultativos que pueden criar a sus hijos, pero cada tanto los dejan al cuidado de otros; y parásitos obligados, que sí o sí necesitan que otro cuide de sus hijos - cero instinto paternal o maternal ¿eh?- y cuya subsistencia como especie depende de esta relación de abuso. Por último, pero no menos importante, podemos hablar de parásitos generalistas, que usan varias especies como hospedadores, como por ejemplo el tordo renegrido (Molothrus bonariensis) que tiene una cartilla de hasta 250 especies de donde elegir; al igual que su contraparte los parásitos especialistas, que utilizan nidos de una o pocas especies en concreto como el críalo (Clamator glandarius) que elige a las urracas o a los estorninos.


A estas alturas se estarán preguntando ¿Por qué las aves hacen esto? Hay muchas hipótesis para responder a esa pregunta y todas, como la biología en sí, se explican a través de los lentes de la evolución. En palabras rápidas, el fin último de un ser vivo es aumentar su éxito reproductivo: entre más hijos tengo y estos llegan a edad adulta la población de mi especie continúa y, con ella, más de mis genes donde la evolución puede seguir actuando. Así, una de las explicaciones más aceptada es que las aves parásitas incrementan las posibilidades de dejar un mayor número de crías por año con menos esfuerzo. Aunque esta explicación es particularmente válida para aves con pichones nidícolas que dependen totalmente de cuidados parentales para poder sobrevivir las primeras semanas de vida, otros opinan que puede ser una opción adicional para disminuir la competencia entre hermanos en el nido y/o el número de bocas que alimentar sin reducir el éxito reproductivo ya que otro está cuidado a esos hermanos faltantes. Esto puede ser verdad para el parasitismo intraespecífico. La última posibilidad planteada es que las aves parásitas sean parejas que no pudieron conseguir un territorio de calidad, es decir buen alimento y refugio, o que fueron desplazadas de su territorio, y cuya única posibilidad de criar sus pichones es poner sus huevos en nidos de otras aves con territorios de calidad y así incrementar las posibilidades de éxito en su progenie. Entre tantas posibilidades lo más probable es que la razón de cómo surgió este comportamiento sea una mezcla de esas diferentes hipótesis y que lo que para un grupo es cierto, no lo sea para otro. Además, ¡ojo! estas aves, para nada tontas, supieron aprovechar ciertas "debilidades" en los instintos reproductivos de sus hospedadores potenciales que los hacen susceptibles de ser parasitados como es: no interrumpir la incubación aunque se les quite un huevo, dejar sin vigilancia el nido con huevos durante algunas horas del día, o alimentar a cualquier pichón que abra el pico y vocalice dentro del nido.


Ahora bien, siendo que el huevo que le dejaron en su nido tiene otro color, o que el polluelo que está alimentando es hasta tres veces más grande y de otro color a su especie ¿Es enserio que el padre adoptivo no se da cuenta? Pues esta es una cuestión interesante que necesitaría de otra publicación, pero la respuesta simple es que algunas especies no desarrollaron la capacidad de reconocer un huevo o polluelo extraño del propio, y son estas las elegidas por los parásitos. Lo más interesante aquí, en mi opinión, es que las aves parásitas no se quedaron ahí, sino que también desarrollaron un montón de adaptaciones para lograr con éxito su engaño. Entre las especialistas algo común es tener huevos miméticos, muy parecidos a la especie hospedadora, para de esta manera evitar que los huevos sean rechazados, incluso lo llevaron al punto en que una especie puede cambiar el color y patrón del huevo en un amplio espectro según el hospedador que elige.

Otro comportamiento adaptativo de estas especies es quitar los huevos del hospedador cuando ponen los propios en el nido, ya sea en una sola visita o visitas separadas al nido. Esto al mismo tiempo, previene que los hospedadores se den cuenta que su nido ha sido parasitado y reduce la competición para el pichón parásito cuando eclosiona. Además, para reducir las posibilidades de que los padres adoptivos picoteen y rompan los huevos parásitos, los mismos poseen gran dureza estructural. Sin embargo, un huevo duro debe lograr un equilibrio entre la fuerza para protección mecánica (favorece la dureza) y la necesidad de los pichones de salir del cascarón sin ayuda de los padres (favorece la debilidad). Por ende los pichones parásitos también desarrollaron ciertas adaptaciones que facilitan la eclosión: comienza a picotear mucho antes que los pollos hospedadores, el diente del huevo es más grande (que no es un diente de verdad, sino una protuberancia córnea afilada en la punta del pico), poseen antebrazos y tarsos más largos y un peso mayor que los pichones hospedadores, para así tener más fuerza al abrir la cáscara y por último, su metabolismo durante la incubación usa más rápido los grandes depósitos de calcio del huevo permitiendo así una descalcificación y ablandamiento de la cáscara que facilite la eclosión. Finalmente, al eclosionar estos hijos "piratas" exhiben una variedad de comportamientos para monopolizar el nido y la atención parental. Como caso particular se puede citar a los cucos que empujan con su espalda los huevos hospedadores y los tiran del nido; los pájaros indicadores que laceran y matan a los pollos del hospedador, y los tordos que utilizan como estrategia el llanto frecuente y repetitivo que solo ellos reciben comida y así matan de hambre al resto. Además, un estudio concluyó que el sonido de un polluelo de cuco equivale a ¡cuatro polluelos del hospedador!


Está claro entonces que este fenómeno es súper negativo para esos pobres pajaritos que hacen de padres adoptivos, pues casi toda su progenie puede morir y, por ende, su éxito reproductivo cae a cero. Aunque no se iban a quedar de alas cruzadas, no nada de eso, las aves parasitadas muestran varios métodos de defensa. Lo primero que pueden hacer es evitar el parasitismo, ya sea haciendo el nido en lugares de difícil acceso, comenzar la incubación antes (así ya están echadas en el nido cuando los parásitos los visiten) o al alejar y agredir activamente a las especies parásitas si estas se encuentran cerca de su nido. Empero, si el parasitismo se ha logrado, la próxima defensa es expulsar el huevo ajeno si se es capaz de reconocerlo, en tanto otras veces, el hospedador picotea el huevo extraño o abandona el nido y hace uno nuevo. Igualmente las aves pueden enterrar todos los huevos ajenos con material y poner nuevos huevos encima. En casos más extraños reconocen solo al pollo parásito y lo pueden expulsar.


Sin embargo, estos malandras no dejarían que su plan maestro de "desligarse de las tareas paternas" se frustre tan fácil. Especies como el críalo o el tordo cabecipardo (Molothrus ater) se quedan un tiempo cerca del nido que parasitaron, vigilando la actitud de sus hospedadores, si estos eliminan los huevos parásitos, los padres vigilantes vuelven al nido y como castigo destruyen toda la puesta del hospedador. Básicamente es un mensaje de "si vos no cuidas a mis hijos, entonces vos tampoco vas a tener hijos". Debido a esto los investigadores se les ocurrió la ingeniosa idea de llamar a este comportamiento "mafia". Entonces, esta actitud mafiosa, condicionaría de alguna manera a su víctima a aceptar la relación de "abuso" sin usar sus adaptaciones defensivas.


Hasta ahora parecería que las aves parásitas son las malas de la película, pero recordemos que en la naturaleza nada es malo ni bueno, solo hay fenómenos que ocurren dentro de un equilibrio. El parasitismo de cría existe hace miles de años y las poblaciones involucradas han sabido adaptarse y readaptarse para equilibrar pros y contras de este tipo de estrategia reproductiva.


El verdadero problema radica cuando por acción humana ese equilibrio se rompe y la balanza se inclina hacia un lado, en este caso, hacia los parásitos. En Norteamérica el tordo cabecipardo se vio favorecido por el desarrollo de actividades agropecuarias y la fragmentación del bosque, expandiéndose hacia nuevas áreas con nuevos hospedadores que nunca tuvieron una historia de parasitismo previo con él y que, por lo tanto, no desarrollaron defensas efectivas. El resultado fue un enorme desequilibrio en las poblaciones, con muchos parásitos y cada vez menos hospedadores. El mismo problema se observó en Argentina con el tordo renegrido y el tordo amarillo (Xanthopsar flavus) puesto que la expansión del primero y el confinamiento del segundo, por pérdida de los pastizales, conllevó a un parasitismo elevado en este último motivo por el cual sus poblaciones se redujeran hasta el nivel de peligro de extinción, y hoy en día los esfuerzos de conservación deben analizar cómo reducir el impacto de este fenómeno. A su vez, esta situación puede ser contraproducente en los parásitos obligados por su inherente necesidad de otra ave para reproducirse. Aunque en un futuro lejano, mamá evolución podría lograr equilibrar nuevamente la balanza.


Son estas situaciones tan delicadas y especializadas las que hay que tener en cuenta en programas de conservación, al diseñar parques naturales que aíslen especies, estudios de impacto ambiental para plantaciones, minas y construcciones, o al pensar en las consecuencias de un avance desmedido de la agroindustria sobre el monte y pastizales nativos. Por el momento, el tema del parasitismo de cría tiene interrogantes sin resolver y otros que van surgiendo a medida que se lo conoce, los cuales sólo podremos resolver estudiando a las aves por medio de la acción conjunta de observación ciudadana y científica.

Autor: Guillermo Escobar

Edición: Prof. Romina Prado

Bibliografía:

Libros y Publicaciones

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    Narosky, T.; Bosso, A. 2018. "Manual del observador de aves". 2da Ed. Editorial Ecoval. Pág 236.
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Páginas web:

  • De la Rosa Ruíz, S. (2016). All You Need is Biology. Recuperado de: https://allyouneedisbiology.wordpress.com/2016/09/17/aves-parasitas/
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